martes, 19 de mayo de 2015

Reunión mensual del Grupo de Coleccionismo Sanluqueño...




Amigas y amigos...

Como cada mes, mañana miércoles, día 20, y a las 20 horas, tendremos nuestra ya habitual reunión dedicada al coleccionismo; por y para coleccionistas, en nuestra sede de La Victoria...

No dejéis de asistir... Os esperamos...





martes, 12 de mayo de 2015

Ciclo de conferencias. Una mirada a la marina española a través de los siglos.







CICLO DE CONFERENCIAS
V CENTENARIO DE LA PRIMERA CIRCUNNAVEGACIÓN
UNA MIRADA A LA MARINA ESPAÑOLA A TRAVÉS DE LOS SIGLOS


Miércoles, día 13

NAVEGACIÓN A VELA DESDE LA BARRA DE SANLÚCAR A AMÉRICA
A cargo de  
D. FRANCISCO BREHCIST BARÓN 
Oficial de la Armada. Capitán de la Marina Mercante

LA ARMADA EN LA ÚLTIMA FRONTERA. LA ANTÁRTIDA
D. LUIS MARÍA NUCHE DEL RIVERO
Contralmirante del Cuerpo General de la Armada 


Jueves, día 14

ANKA MOTZ, EL ALMIRANTE DE LA PATA DE PALO
A cargo de  
 D. LUIS MOLLÁ AYUSO
Capitán de Navío. Historiador

LA MARINA ROMÁNTICA
A cargo de 
D. ANTONIO DE LA VEGA
Capitán de Navío. Doctor en Historia Contemporánea UCM


Viernes, día 15

CONFLICTOS. EL DESATRE DE ANNUAL
D. FERNANDO CABALLERO ECHEVARRÍA
Coronel. Comandante Militar de Cádiz. Doctor en Historia

MISIONES INTERNACIONALES DE LAS FUERZAS ARMADAS
D. VICENTE PABLO ORTELLS POLO
Capitán de Navío. Subdelegado de Defensa. Cádiz

Actuación Musical 
EL ORFEÓN DE SANTA CECILIA

PATIO DE COLUMNAS DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE SANLÚCAR
El comienzo de las conferencias, todos los días a las 20:00 horas.

La entrada será libre y gratuita hasta completar el aforo establecido.

Se ruega la máxima puntualidad a fin de no perturbar el normal desarrollo de las disertaciones. Gracias.

martes, 5 de mayo de 2015

Ateneo de Sanlúcar: Programación de actividades, Mayo 2015




Viernes, día 8.

Presentación de los libros

La doncella de sangre
A cargo de su autora Ahna Sthauros

La luz de Derkac. Recuerdos.
A cargo de su autora Jim Megal

Hotel Guadalquivir.
20:00 horas.




Domingo, día 10. 

XXVIII PREGÓN FERIA DE LA MANZANILLA 2015 

PREGONERA: 


María del Carmen Borrego Plá

Al cante: Alba Bazán. Guitarra: Manuel “Lin”. Flauta: Paco Monge

Bodegas Delgado Zuleta. 
12:00 horas.




Miércoles, día 13 a Viernes, día 15.

Ciclo de conferencias
Una mirada a la Marina Española a través de los siglos


Patio de Columnas del Excmo. Ayuntamiento
A partir de las 20:00 horas.




Miércoles, día 20.


Reunión del Grupo de Coleccionismo

Sede del Ateneo. Edificio La Victoria. 
20:00 horas.




Viernes, día 29 a Domingo, día 31.


EUTERPE
II CONGRESO NACIONAL DE PROFESORES DE MÚSICA CON EUTERPE 


Hotel Maciá Doñana.




De todos estos actos se irá dando puntual información a lo largo del mes.










viernes, 1 de mayo de 2015

RELATO GANADOR DEL XXIV PREMIO INTERNACIONAL DE RELATOS CORTOS ATENEO SANLÚCAR DE BARRAMEDA.



El relato ganador del XXIV Premio Internacional de Relatos Cortos "Ateneo Sanlúcar de Barrameda", ha sido el titulado El primer contrato indefinido de Sherezade Storyteller, obra de Dña. Ainhoa Ollero Naval.

Ainhoa Ollero Naval nació en Huesca en 1979, y tras pasar bastantes años en Barcelona, reside en su localidad natal, Monzón. Es licenciada en Comunicación Audiovisual por la UAB y ha trabajado en el sector audiovisual y también en gabinetes de prensa, organización de eventos y redacción de contenidos. Además de sus peludos (soy orgullosa "mamá" de dos perros y dos gatos), su pasión es escribir y a eso está dedicando sus esfuerzos actualmente; es escritora de relatos cortos y poetisa en busca de editor y fundadora y coordinadora de LA MADRIGUERA DE HISTORIAS

Reconocimientos literarios:

Relato: EL PRIMER CONTRATO INDEFINIDO DE SCHEREZADE STORYTELLER, ganador del XXIV PREMIO INTERNACIONAL DE RELATOS CORTOS “ATENEO DE SANLÚCAR DE BARRAMEDA”, edición 2014.

Relato: EL MÉTODO WENCESLAO, seleccionado para publicar en el CONCURSO DE RELATOS LUIS DEL VAL PARA CONTAR EN TRES MINUTOS, edición 2014.

Relato: ¿POR QUÉ NO PUEDES SER COMO LAS OTRAS NIÑAS?, finalista en el CERTAMEN LITERARIO “CARMEN DE MICHELENA” de la Asociación Cultural Yelmo, edición 2014.

Relato: FETICHE, finalista en el IX CONCURSO ARS CREATIO “UNA IMAGEN EN MIL PALABRAS”, edición 2014.

Relato: BOCETO DE UNA VIDA, finalista en el X CONCURSO DE CUENTOS JUNTO A LA LAGUNA, edición 2014.






EL PRIMER CONTRATO INDEFINIDO DE SCHEREZADE STORYTELLER
Ainhoa Ollero Naval


Me llamo Sherezade Storyteller y... ¡no empecemos, ya veo la típica cara de sorpresa de siempre!. Sé que mi nombre no es muy común, pero resulta que mis padres son unos fanáticos de la literatura clásica, qué se le va a hacer. Cosas peores se han visto en una familia... También tengo un hermano que se llama Raskolnikov, un gato que atiende por Molière y dos tortugas, Dickens y Dumas, que de hecho no sé si son tortugas o tortugos. El loro Hamlet falleció el invierno pasado de un resfriado que por poco no acaba conmigo también. Pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo para anécdotas. 
Empecemos de nuevo: me llamo Sherezade Storyteller, tengo treinta y cinco años y estoy en esa edad en la que la gente (especialmente las chicas respetables y de buena familia), o ha hecho ya su vida o parece que no tienen remedio y van a pasar el resto de sus días a salto de mata, vistiendo santos o bien desnudándolos, en lo que cada una se sienta más ducha. Los primeros, los que tienen su vida “hecha” (son importantes estas comillas), se aburren soberanamente entre montañas de pañales sucios, facturas, y compromisos familiares. Los segundos, se levantan cada mañana con la ansiedad de no haber encontrado aún su sitio en el mundo, pensando que morirán solos y/o en la ruina. La mayoría de mis amigos, familiares y conocidos pertenecen a la primera categoría. Yo, a la segunda. 
La verdad es que me lo merezco. Tenía un excelente expediente académico que tiré a la basura (o eso cree todo el mundo) especializándome en esos saberes que no sirven para nada y que se enmarcan bajo el agujereado paraguas de las “Humanidades”. Soy una fiera jugando al Trivial pero aparte de eso, en este mundo ultracapitalista e hiperglobalizado en el que me está tocando presentar batalla, tanto mi vida profesional como mi cuenta corriente están más estancadas que las aguas pantanosas de Florida con sus caimanes y culebras (por caimanes y culebras entiéndase facturas, alquileres, cuotas de la VISA e impuestos variados). Mientras que mis amigos y conocidos médicos, funcionarios, ingenieros, etc, ascienden de forma natural, o al menos eso parece, que siempre hay rifirrafes allí donde la envidia es deporte nacional, yo cada vez que busco trabajo me siento como si escalara el Kilimanjaro (cosa que no he conseguido, aunque lo intenté. Pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo para anécdotas). 
En realidad quiero ser escritora y si alguien tiene alguna idea de cómo se entra en la bolsa de trabajo para eso, le mandaría bendiciones eternas si me lo hiciera saber. Gracias. Hasta ahora los agentes y editoriales que he contactado me han ignorado o, mucho peor, me han publicado para luego no mover mi obra y/o desaparecer sin volver a dar señales de vida ni pagarme mis famélicos royalties (la palabra ANTICIPO todavía no ha entrado a formar parte de mi vocabulario). 
Como las oposiciones para escritora (carcajada irónica) no se convocan todavía este semestre, sigo con la ardua labor de ganarme el sustento. Este año está siendo menos fructífero que las arenas del Mojave, y estoy aceptando cualquier cosa mientras se pueda llegar en transporte público y me paguen, si puede ser en dinero contante y sonante. Es por esto que, aunque la agencia de trabajo temporal Látigo de Siete Colas me ha advertido que sólo trabajaría un día, aquí estoy, en la puerta de esta mansión, tambaleándome sobre unos tacones inhumanos que más que “modelo salón” parecen “modelo tortura china”, con los pies como morcillas, y esperando a conocer al enigmático señor Schariar, mi jefe durante las próximas veinticuatro horas. También, y por solidaridad para con mis pobres pies, estoy deseando conocer a la silla de despacho que espero acoja mi trasero durante la mayor parte de la jornada. A ver si hay suerte.  
Tiene gracia que, llamándome yo Sherezade, vaya a trabajar para un Schariar. Supongo que lo habéis pillado, Scherezade y Schariar, Las mil y una noches, etc. Si no os suena de nada, San Google o Santa Wikipedia os pueden ayudar en tan ingrata tarea si los libros os producen urticaria. Si queréis que os aclare yo el enigma, vale, pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo para anécdotas. Soy una mujer responsable, madura y trabajadora que ya está llegando seis minutos tarde en su primer y único día de trabajo. 
El tal Schariar debe ser persa o algo así; dado el tamaño de esta choza me imagino un magnate de los kebabs o de las alfombras, como mínimo. Tal vez un multimillonario hindú montado en el euro, el dólar y la libra esterlina gracias al desarrollo de software para smartphones, esos cacharritos que dan tanto dinero a unos como pereza a mí. ¡Ay, si hubiera sido una chica lista, en vez de una soñadora, ahora sería una sesuda ingeniera especializada en electrónica y estaría revolucionando el mundo con mis aplicaciones de vanguardia sin las que no podríais pasaros ni un minuto! En mis manos estaría el poder de esclavizar a la humanidad, ja, ja, ja (insertar risa perversa de villano de cómic). Pero no, con suerte seré asistente por un día de alguien que sí lo es. Alguien mejor y más productivo que yo. Algo es algo, igual hasta se me pega un poco el éxito que se respira en esta aristocrática propiedad. Para promover el contagio, he de recordar restregarme un poco por las paredes antes de irme, no sin antes confirmar que no me graba ninguna cámara de seguridad.
Llamo al timbre y me abre un ama de llaves diminuta y viejísima, con pinta de estar a punto de jubilarse, si no directamente de convertirse en polvo, y me lleva hasta mi enigmático jefe. Le noto un cierto aire de culpabilidad; sin duda ha visto muchas jovencitas ilusas intentar impresionar al tal Schariar y fracasar estrepitosamente. Nadie, jamás, ha durado más de un día como asistente del todopoderoso. Yo, que ni soy ya tan jovencita ni tan ilusa, o al menos lo intento, no espero gran cosa de la experiencia; cobrar mi dinerito y si te he visto, no me acuerdo. En mi piso hay un calentador que gotea y que necesita ser arreglado con carácter de urgencia. Soy muy sibarita y morrofino y marquesa, lo reconozco, y tengo la querencia, que puede parecer un tanto snob, de ducharme con agua templada todo el año. Adquirí esa costumbre tan burguesa mientras convivía con los esquimales en el Polo Norte el año que fui representante de una firma de helados que estaba llevando a cabo una muy agresiva campaña de marketing. Pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo para anécdotas. 
Cómodamente sentado tras su mesa de despacho, tan enorme que el jefe parece estar a kilómetros luz de donde yo me encuentro, el misterioso Schariar va al grano. No va a darme detalles sobre el funcionamiento de su empresa porque no merece la pena gastar su precioso tiempo ni el mío en algo que no necesito saber. En lo que a la menda respecta, amén. De mí solo quiere que le filtre las llamadas (únicamente puedo pasarle a un reducido número de personas, cuya privilegiada identidad se encuentra recogida en una breve lista; el resto deben irse con la mayor rapidez posible a tomar viento). También tengo que llevarle té recién hecho cada dos horas y, si le llega algún email, he de leerlo y responder lo que él me dicte. Se  muestra orgulloso de ser alérgico a cualquier tipo de tecnología, jactándose de no haber contestado jamás a un correo electrónico con sus propias manos ni saber cómo hacerlo llegado el caso. Suena raro pero no parece haberle ido mal, así que no le replico ni muestro mi extrañeza; yo tengo tres cuentas de correo y a ninguna me envían cheques al portador millonarios, ni contratos de trabajo de esos que te catapultan a la cumbre del éxito, como en las pelis de los ochenta, ni proposiciones matrimoniales de fornidos ex-tenistas o magnates de la industria petrolera. 
Me gustaría preguntarle, eso sí, por qué sólo quiere asistentes por un día en vez de formar a alguien que le acompañe por más tiempo y pueda adaptarse mejor al puesto y serle de más ayuda, pero como el señor Schariar se muestra generoso y me da permiso para hacer lo que quiera en los ratos muertos sin e-mails ni llamadas, prefiero no tentar a la suerte y quedarme calladita, que mi madre siempre me dice que así estoy más guapa. Y esta afirmación es una de las pocas cosas en las que siempre están de acuerdo ella y mi padre, que discuten hasta por la textura de las pelusas del ombligo. Pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo para anécdotas. 
Aprovecharé mi supuesto tiempo libre durante la jornada laboral para terminar un relato corto en el que estoy trabajando. Pena que sólo vaya a durar un día aquí; parece el trabajo ideal, remunerado y compaginable con mi creación literaria. Eso si no me acribillan a correos electrónicos ni llamadas. Tiene que haber truco, seguro. Cuando algo parece demasiado bonito para ser verdad, es que lo es (demasiado bonito, quiero decir, no verdad). 
No es así. Paso la primera media hora en tensión, contemplando la interfaz del programa gestor de correo electrónico sin que registre la entrada de e-mails de ningún tipo. Ni un simple mensaje de spam interrumpe mi tranquilidad, cosa que me congratula y sorprende al mismo tiempo. Tampoco suena el teléfono, así que llevo a Schariar su primera ronda de té y me entrego a la creación literaria, no sin un ápice de culpabilidad que desaparece ante la indiferencia de mi jefe. Lo mío son los relatos breves y en un buen día con las musas de mi parte soy enormemente prolífica. El ambiente de trabajo en el despacho del misterioso magnate contribuye a estimular mi ya de por sí bastante activa imaginación y, si no fuera porque me programé alarmas en el móvil para no olvidarme del té, podría haberme olvidado también de la existencia de Schariar, quien, por su parte, se dedica a leer un libro apaciblemente.
Así sigo, tecleando con diligencia, o con toda la diligencia con que pueden teclear dos dedos, eso sí a toda velocidad, hasta que su voz me interrumpe, suave pero firme, dándome tal susto que casi me caigo de la silla. Me he puesto a temblar como el suelo durante el terremoto de San Francisco de 1906. Igual no tanto, pero casi.
-Sherezade, perdone por favor la interrupción. ¿Puedo preguntarle en qué esta ocupando su tiempo? La veo muy concentrada. 
¡Maldición! Va a echarme la bronca, seguro. Voy a ser la primera impresentable incapaz de conservar su puesto de trabajo una sola jornada. Me pongo nerviosa y tiro por el suelo mi libreta de pensar, que me llevo a todas partes para anotar las ideas que se me ocurren. Eso y la lista de la compra. Siempre se me cae todo, soy muy torpe; lo he sido desde que de niña dejé mis clases de ballet porque me daban miedo los tutús. Pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo para anécdotas.
-Pues... estoy escribiendo un relato corto... Usted disculpe, como me dijo que podía emplear mi tiempo como quisiera mientras no hubiera correos ni llamadas ni tazas de té de por medio, pues pensé que, ya que está el ordenador libre... Espero que no le moleste el ruido de las teclas. O mi gesto de concentración; sé que frunzo el ceño y me parezco un poco a Nixon. O...
-¡No se disculpe! No era un reproche sino mera curiosidad. Sus predecesores se han dedicado siempre sin excepción a leer revistas y juguetear con esos infernales teléfonos móviles, Alá me libre de tener uno de esos. ¿Le importaría leerme un fragmento de lo que escribe, querida? Siempre es un placer disfrutar de buenas historias. 
(¿Acaso tengo opción?)
-Claro, será todo un honor.  
Y yo, reina de las sonrisas forzadas y las caras de circunstancias, me aclaro la garganta y empiezo a leer el relato en el que había estado trabajando, casi rezando para que suene el teléfono o estalle una bomba nuclear o suceda algo que me libre de pasar por ese trago. Pero no. Así que me arranco cual kamikaze nipón:

LA APASIONANTE VOCACIÓN DE VALERIA LOTSOFCLOTHES
Era Valeria Lotsofclothes una chica muy moderna que tenía dos pasiones; la ropa y la tecnología. Bueno, en realidad, sus pasiones eran tres: la ropa, la tecnología y los complementos. Esperad un momento, en caso de tener que diferenciar bolsos, zapatos, sombreros y abalorios, las pasiones de Valeria ya serían seis. Pero no nos liemos y dejémoslo en tres, antes de que entren en juego aspectos tan cruciales en la vida de nuestra amiga como podrían ser el peinado, el maquillaje y las gafas de sol. 
Tras años de sudar en claustrofóbicos probadores de outlets clandestinos, luchar como una vikinga para hacerse con el control en los montones de ropa de las rebajas, no repetir jamás modelito y rastrear la red y las revistas de tendencias para publicar siempre LO ÚLTIMO Y LO LAST DE LO LAST en su blog, Valeria alcanzó la cima en su profesión; se había convertido en gurú de la moda. Tenía millones de seguidores que la retuiteaban sin cesar. Las grandes marcas la acosaban enviándole cajas y cajas de sus nuevas colecciones, con la esperanza de que las recomendase en sus posts y, ya el sumum, se dignase a llevarlas. Las jovencitas (y no tan jovencitas) la reconocían por la calle y la abordaban con las preguntas más peregrinas: ¿se pueden combinar vichy y polka dots? ¿hay alguna esperanza de que el chándal con tacones vuelva a estar in? ¿El melocotón es una fruta, o un color?
Valeria intentaba complacer y contestar a todo el mundo, por absurdas que parecieran sus consultas, pues era perfectamente consciente de que en la visibilidad residía el éxito de su carrera. Vivía con pánico esos momentos en que su adorado smartphone se quedaba sin batería en medio del desfile clave de la Semana de la Moda de Nueva York, o cuando una tendinitis incipiente en sus pulgares le retrasaba en la redacción de su post diario. Tenía casi tanto miedo a quedarse sin cobertura como a ser descubierta llevando ropa del mercadillo (a no ser que esa semana los mercadillos fueran LO MÁS), o con unas sandalias de la temporada anterior. El precio a pagar por ser famosa, imprescindible e ideal de la muerte era alto y había que estar dispuesta a pagarlo con gusto, se decía Valeria siempre que, sufriendo con estoicismo la tortura de los stilettos, añoraba sus viejas zapatillas de estar por casa con forma de ositos de peluche, o se agobiaba al sentir las continuas vibraciones de su móvil (siempre lo llevaba silenciado, de lo contrario se volvería loca con tanto tirurí tirurí o Material Girl o lo que fuera que tuviese como tono en ese momento, probablemente la canción de moda). 
El apartamento de Valeria Lotsofclothes estaba tan atestado de ropa, complementos y cosméticos que en ocasiones le resultaba difícil moverse por él con libertad. No podía tocar suelo sin temor a pisotear carísimos bolsos, sofisticadísimas e imposibles sandalias, pañuelos de la más delicada seda. Estropear cualquiera de esas prendas era prácticamente un sacrilegio, pero no existían en el mundo armarios, perchas, estantes suficientes para albergar su tesoro al completo. Si se olvidaba de recoger un libro o revista, podía darlos por perdidos. Al día siguiente, una marea multicolor de tops, boleros, pamelas y bolsos baguette que parecían dotados de vida propia habría cubierto por completo el objeto descuidado, engulléndolo para siempre. Valeria, que nunca fue una fanática del orden ni de la limpieza (excepto en su propia persona), no le dio importancia  a este fenómeno hasta que lo que desapareció tragado por las glamourosas olas fue su adorado smartphone, un completo gadget que hacía prácticamente de todo, hasta prepararle el café por las mañanas. Bueno, no se lo preparaba pero lo encargaba automáticamente a la cafetería de la esquina y un diligente mozo se lo dejaba en la puerta cada día a las 9.30h tal y como a ella le gustaba: sin azúcar, con leche de soja y con una pizca de canela en polvo.
El amado dispositivo, a la vez paño de lágrimas, socio, confidente y ayudante fiel era, pues, el Faro de Alejandría que iluminaba las noches oscuras de nuestra apreciada Valeria. Sin él caería en el anonimato y el olvido. La pobre estaba desesperada y durante horas se lanzó a la titánica tarea de encontrar a su fiel aliado, dispuesta a remover cielo y tierra, Roma con Santiago y lo que hiciera falta. Buceó por dunas, colinas y montañas de las prendas y complementos más deseados, apartándolos sin el menor reparo. Pero no percibió ni un ruidito, ni una entrañable vibración que le diera alguna pista de su querido compañero. Tan acongojada estaba, que no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde de que una avalancha de codiciados bolsos de Tonterino caía sobre ella, sepultándola completamente y dejándola inmóvil, desorientada y con un ojo a la virulé. 
Durante horas, tal vez días, se debatió inútilmente por librarse de su encierro, pero era imposible. Le faltaban fuerzas para salir a la superficie; si no la rescataba alguien, nunca podría arrastrarse hasta la luz. Gimió débilmente pidiendo auxilio al oír que llamaban a su puerta...

La alarma de mi móvil suena, avisándome del fin de mi jornada laboral, cosa que le hago saber a Schariar lo más educadamente que puedo, pero con firmeza; tengo mucha suerte porque la lectura también terminaba ahí, no había escrito nada más aunque sí había anotado varias ideas a desarrollar. Él se muestra consternado aunque no intenta retenerme. 
-Señorita Scherezade, disculpe mi atrevimiento, pero la gracia de su prosa me ha cautivado; a pesar de no estar versado en absoluto sobre temas de internet y moda y cacharritos electrónicos, ardo en deseos de saber cómo continúa la historia. 
-Me halaga usted, señor Schariar, pero lo cierto es que todavía no lo sé ni yo. Hasta que no me ponga a escribir de nuevo, no sabré qué pasa con Valeria. Yo trabajo así, siempre de la mano con la improvisación. - (De hecho, vivo así, pensé) - Si quiere, le puedo enviar el relato una vez terminado.
-¿Y cuándo será eso, más o menos, si no es indiscreción preguntar?
-No puedo decirle... la verdad es que el ambiente de trabajo aquí me ha resultado muy inspirador, no en todas partes, incluyendo mi casa, me concentro tan bien. Las distracciones y tentaciones son múltiples, ya sabe usted.
Schariar, pensativo, cruza la estancia a pasitos un par de veces antes de decidirse a proponerme lo siguiente:
-Bien, entonces me gustaría que volviese usted aquí mañana, a trabajar desempeñando las mismas funciones que hoy. Y en sus ratos libres puede seguir escribiendo, a condición de que media hora antes del fin de su jornada, me lea usted lo que ha escrito. Si acepta, llamaré inmediatamente a la agencia de trabajo temporal para indicarles que cuento con sus servicios también mañana y que por favor todavía no me envíen a nadie para sustituirla. 
Evidentemente, acepto no sin cierto temor. ¿Y si al día siguiente no conseguía escribir nada medianamente coherente? Las musas son así, un día se sientan a tu lado y luego se pasan una semana entera ignorándote, eso en el mejor de los casos. Son malas y caprichosas, pero también sublimes. Una vez estuve sin escribir más de un año y mi Musa, la muy diva, ni siquiera se dignó a contestar ni uno solo de los emails que le envié. Ni de mi cumpleaños se acordó, la perra de ella. Pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo para anécdotas. 
Horas después, tras una noche de no mucho dormir, vuelvo a plantarme en la puerta de la mansión de Schariar. La escena de la mañana anterior se repite casi exactamente igual: la misma ama de llaves (con carita de sorpresa en vez de pena), la misma mesa de despacho, el mismo Schariar exquisitamente educado, el mismo té cada dos horas, la misma ausencia de llamadas y de emails con la consiguiente tranquilidad para seguir a lo mío. A media hora del fin de una jornada afortunadamente productiva, leo a Schariar lo que mi impredecible imaginación ha tenido a bien obsequiarnos a ambos:

EL DÍA EN QUE JEANETTE FASHIONFANATIC VENDIÓ SU ALMA POR EBAY
Jeanette Fashionfanatic estaba inquieta. Por tercera vez consecutiva llamó a la puerta de su jefa, la reputada bloguera de moda Valeria Lotsofclothes, sin obtener respuesta. El día anterior, preocupada porque Valeria no había publicado su post y no contestaba sus llamadas, también había tenido lugar la misma escena: Jeanette, encaramada a sus preciosas sandalias que parecían más caras de lo que en realidad eran (conocía a todos los vendedores de imitaciones que daban el pego del mundo mundial), llamaba a la puerta de Valeria y nadie contestaba. Pegaba la oreja a ver si se oía algo, y nada. Silencio de muerte. Aquello parecía un museo: a Valeria parecía habérsela tragado la tierra.
Lo cual era una auténtica faena; el cumpleaños de Jeanette era al día siguiente, y como cada año, Valeria le había prometido regalarle una prenda o complemento de su elección entre las toneladas de maravillas que abarrotaban su apartamento. Jeanette llevaba meses soñando con unas fantásticas sandalias de Ponce & Banana con bolso a juego y ahora temía que se le escaparan de las manos. Ante la falta de respuesta y tras cerciorarse de que no salían de casa de Valeria ni ruidos ni olores extraños, se resignó a marcharse sin sus tesoros, al menos por ese día. Una lagrimilla de frustración surcó su precioso y altísimo pómulo y desapareció absorbida por una sencilla camiseta CK que Valeria había desdeñado por encontrarla “demasiado blanca” un verano en que lo más era el color cáscara de huevo. 
Jeanette Fashionfanatic era una chica ambiciosa y de gustos caros que desgraciadamente todavía no estaba siendo recompensada con la retribución económica pobladita de ceros a la derecha que creía merecer. Miraba con ojitos tiernos los catálogos de las grandes marcas pero tenía que conformarse con las migajas de Valeria en vez de acceder a ese mundo de glamour que consideraba le correspondía por derecho propio. Por algo era joven, guapa, con estilo y dominaba la técnica de perseguir taxis dando graciosos saltitos sobre sus impracticables tacones. ¡Muchas se habían visto a las puertas de la muerte, o de quedar impedidas, al practicar semejante deporte de riesgo!
Como no estaba especialmente interesada en pluriemplearse (mejor ser seudopobre que mostrarse en público ojerosa y con cara de cansada, eso sí que no), Jeanette necesitaba encontrar una fuente rápida de ingresos extra que le reportara un mayor poder adquisitivo sin romperse el espinazo o al menos sin tener que doblarlo demasiado. Fue entonces cuando se le ocurrió la brillante idea: SUBASTARÍA SU ALMA POR EBAY. Alguien tan materialista como ella se preocupaba poco por el Más Allá; prefería disfrutar del Más Acá, se dijo con una sonrisa irónica. No iba a echar de menos algo que no utilizaba. En cambio, esas maravillosas sandalias con bolso a juego sí que iba a echarlas de menos si Valeria no aparecía. Le urgía disponer de un plan B.  
Sabía de buena tinta que las almas jóvenes, todavía no corrompidas (o no demasiado) se estaban vendiendo como churros en las altas esferas. Muchos sectores las demandaban: la banca iba a la cabeza, pero también las industrias farmacéutica y petrolera estaban muy necesitadas. Y los políticos, aunque por razones evidentes de marketing no estaban dispuestos a admitir que compraban almas. Ni almas ni votos. 
Así pues, dicho y hecho; usuaria experta de la plataforma de subastas online (se pasaba horas buscando gangas), en un periquete tuvo publicado un atractivo anuncio, con un precio de salida de escándalo. El precio de venta fue todavía más escandaloso. Jeanette no cabía en sí de gozo. Podría tirar todas las baratijas que poblaban su armario y sustituirlas por ROPA DE VERDAD, de esa a la que no le salen pelotillas a la primera de cambio. Se compraría cremas que harían que su cara pareciera el culito de un bebé. Se haría con un par de zapatos no para cada día de la semana, sino del mes. O incluso del año, si le daba la gana. Tendría un vestidor que ríete tú del de la Hilton. 
Tras facturar su alma por correo certificado, Jeanette se dedicó en cuerpo y... bueno, sólo en cuerpo a hacer realidad su sueño. Se entregó a maratónicas jornadas de compras parando sólo para dormir. Recorrió las boutiques de todas las capitales de la moda. Se sentó en primera fila en todos los desfiles que pudo presenciar. Se vistió y calzó con lo mejor.
Y le dio igual. Desde la venta de su alma se sentía vacía, aburrida. Nada le interesaba. Todo por lo que antes suspiraba con pasión la dejaba indiferente; sentía por sus añoradas sandalias lo mismo que por un bocadillo de atún. Servían para lo que servían (calzar los pies, quitar el hambre, respectivamente) y para nada más. Se conocía bien y había temido convertirse en una arpía ahora que era rica, cosa que no sucedió. Trataba a todo el mundo con fría cortesía, pero no sentía cariño por nadie. Se distanció por completo de su familia y amigos y no le importó en absoluto. Y cuando se miraba al espejo, no veía su rostro. Sólo se reflejaba la ropa y los carísimos complementos, pero no había ni rastro de su bonita cara. Era lo único que le provocaba escalofríos: en cierta medida, había dejado de existir. 
Se planteó devolver el dinero como pudiera y recomprar su alma. O conseguirse otra, un poco más económica. No quería seguir así. 

En este preciso momento suena la alarma de mi móvil. Schariar, y yo misma, queremos saber en qué termina lo del alma de Jeanette, pero no queda tiempo. Así que acordamos que mis  servicios como asistente/escritora a domicilio serán necesarios también al día siguiente. 


EPÍLOGO:

Durante mil días seguidos, como un larguísimo déjà vu, Schariar renovó puntualmente mi contrato y yo di mi consentimiento a cada una de esas renovaciones. Le conté exactamente mil historias, y cada una brotaba de la anterior; juntos reímos y lloramos con las aventuras y desventuras del Grupo Revolucionario de Rescatadores de Almas por Internet, de las Madres-Robot incansables que se recargaban cada noche conectándose a la corriente eléctrica, del asceta que huyó de la tecnología a un templo en la cima de una montaña, y la tecnología le persiguió, de los zombies comecerebros adictos al móvil que se congregaban en aquelarre alrededor de los puntos wi-fi y de muchos personajes más que seguramente nunca habrían salido de mi imaginación de no ser por la tranquilidad que me proporcionaba el despacho de mi jefe y el sincero interés que él mostraba por mis historias. Quien escribe se siente eternamente inseguro y necesita de alguien que le diga que no lo está haciendo tan mal. 
Por cierto, ahora que se acerca el día mil y uno y con él el fin de este relato, seguro que estáis esperando que Schariar se me declare y vivamos juntos para siempre, felices y comiendo perdices (soy vegetariana, habría que investigar si hay perdices de tofu, ahora que hay de todo). Al fin y al cabo, habéis visto muchas películas de Meg Ryan y de Jennifer Anishton, que a mí no me engañáis. Os conozco, bacalaos, aunque vengáis disfrazaos. 
Pues no. Mi jefe tiene más de ochenta años y ya no está para esos trotes y casi que mejor, porque no tengo ganas de pasarme las jornadas laborales haciéndole la cobra a un viejo verde que intenta pellizcarme el trasero. Aunque sí que está por la labor de comprometerse conmigo: me ha ofrecido un contrato indefinido, y hasta se puso de rodillas para pedirme que lo firmara. Evidentemente le dije que sí (SÍ Y MIL VECES SÍ). Pienso enmarcarlo y colgarlo junto con mi diploma de Cazafantasmas. (Sí, hice un curso de Cazafantasmas para eso, capturar espectros, comunicarme con ellos y tal. Pero eso es otra historia, y os la explicaré otro día. Hoy no hay tiempo). 
Mientras tanto, señores editores, jurados de premios literarios, mecenas que no saben en qué invertir su capital, sigo esperándoles con los brazos abiertos. El mundo necesita un poco de fantasía, y esa es mi especialidad.

THE END